23 octubre 2006

Halago al olmo

El olmo desplegó sus ramas.
esas ramas son:
Emiliana y León.
El olmo se recogió. Arrugó sus hojas.

Como el olmo es nuestra familia.
Primero se desplegó.
Luego, hizo su nido
dejando a sus hijos
beber la clorofila de sus ramificaciones.

La mayor...
valenciana se volvió.
Ella con su belleza, a su amor envolvió.
Ella era María,
su amor se llamaba Patricio.
Amor ardiente, amor radiante...
¡sublime amor!
De ese amor, las ramas del olmo
dieron frutos:
Mabel, Paquita y Antonio.
Frutas frescas del olmo en flor,
que sin buscar el fruto
ese día los dio.
Mabel, el primer sueño de sus vidas.
Niña fuerte, con regia personalidad,
pero dúctil y moldeable.
El olmo volvió a sacudirse...
y vomitó a Paquita.
Sonrosada como sus hojas otoñales.
Yo... creo que nació entre algodones.
Cuando las muñecas corrían
por la casa de María y Patricio,
el olmo dejó un balón,
¿de fútbol, de béisbol o de fuego?
No lo sé, pero nació Antonio.
Niño desado, alegría en casa
valenciana en llamas.

El olmo siguió enredándose...
de pronto se tornó alegre, vivaracho.
Casi quemando sus hojas con su propia alegría,
¡se comía al mundo!
Llegó y llegó, llegó Angeles.
Alegría del día que la vió nacer,
alegría del mundo,
alegría de vida traía ella en su semblante.
Yo la conocí con sus bigudíes,
su cesta de la compra,
Yo la conocí alegre, radiante,
superior y suprema.
Es como yo la conocí...
El olmo seguía latente, agazapado,
esperando cuajar de nuevo.
Llegó Santiago y la hechizó.
Cuatro nuevos brotes
le crecieron al olmo, fuertes,
con savia abundante en su tronco,
clorofila tenían sus hojas.
¡Yo la vi!
Ese verde intenso se desparramó,
Roberto brotó de sus hojas.
Una nueva vida abrió.
Verde cereal Mª Angeles
abrió sus cariópsides, vivaz...
comiéndiose el mundo.
Entre la cesta de la compra y bigudíes,
el olmo volvió a desperezarse.
En sus bostezos traía una ñiña larga...
cetrina, ahí estaba Alicia, guapa y grande,
grande en amistad, grande en corazón,
grande en sabiduría.
El olmo empezó a enrojecer,
casi a marchitar, pero de pronto
sus hojas se movieron de nuevo
para dar el último soplo de aliento,
al nido de Angeles y Santiago.
Carlos, enorme, amigo donde los haya.
Moldeable y obediente de pequeño,
dfe mayor manejable...
a pesar de su metro y medio.
Él fue el que sujetó el peso
de esta última rama.

Otra rama del olmo abrió
sus ojos en primavera,
fue aquella que en otoño estaba inerte,
¡Parecía muerta!
Sintió la vida cuando Luis tocó sus ramas,
Matilde sintió su sacudida.
Mares, cielo y amor se fundieron
en una vida en común.
Las flores estallaron. Mª Luisa
fue la primera.
Frío invernal daba el día,
pero ella llevaba manta,
manta de abrigo, una familia grande
y unida le esperaba con anhelo.
¡Ella nunca sintió el frío!
Menos mal que pasó el invierno.
Pasó la primavera, llegó el verano.
¡Madre perdóname,
con lo incómodo que es parir en verano!
Pero yo fui y soy así,
llegué cuando llegué, en verano.
Para vosotros sigo estando en el triste otoño,
y en el más crudo de los inviernos.
Matilde y Luis ondeaban
sus pañuelos al viento
despidiendo a las cigüeñas.
Cuando ya se guardaron
las cunas y el polvo había hecho nido en ellas,
tuvieron que desempolvarlas.
No parecía un niño, sino un trozo de pocelana,
Matilde y Luis felices, siguieron al olmo
unidos por su rama.

El olmo crecía y crecía,
florecía en primavera,
se vestía de sangre grana en otoño,
inerte se tornaba en invierno.
De pronto alborotando llegaba el verde escandaloso.
¡Otra rama se encendía,
queriendo decir algo,
no se atrevía!
Es Gregorio, ha encontrado a Angelita,
tímida ella, tímido él,
pero en su timidez
hicieron al olmo brotar tres ramas más.
Angeles, fuerte,
tan fuerte como su marcada personalidad,
con risa soñadora y mirada despierta.
Mas tarde las campanas repican,
en su tañido nos dejan el nombre de Gloria,
Gloria, cantarina como un jilguero.
Cuando las notas del canto del pájaro
se perdieron en el ocaso,
el alba despuntó trayendo en su mano cerrada
una cosa fluorescente... una Estela,
la cola de esa estela se ramificó
por todo el cielo e iluminó de nuevo el olmo.

De hoja verde del olmo nació,
al abrir sus ojos al día, lo hizo con fuerza,
rasgando el aire, nació Pepe, negro zaino,
digno de su casta.
En ese rasgar el día,
arañando el aire apareció María.
En San Marçal, cuando todo parecía
sal inerte y sin vida,
Maruja concibió. ¡Qué alegría!
Nació José Luis, alma blanca,
unión de uniones,
estamos todos aquí por él,
por su alma trasparente.
De su mano trajo a la sonriente Silvia,
cuerpo de mujer moderna,
recta como la rama del olmo que nos engendra,

El árbol va madurando en vejez,
creciendo en sabiduría.
Cuando Emiliana y León
pensaban que la savia se había retirado
de sus ramas, que el viejo olmo
no tenía fuerzas ni para sacar
nuevos brotes, la siguiente primavera,
dos retoños despuntaron en una rama.
Nacieron Antonio y Concha.
Antonmio torrente de luz,
casi última hoja del olmo viejo,
pero le diste vida al tronco,
le dejaste la suficiente fuerza
para que naciese Concha.
Concha el último vestigio,
el cierre del grifo de la savia
de ese olmo que entregó sus ramas,
multiplicó sus raices, haciéndolas fuertes
cuando se descarnaban,
su savia corría como un torrente
cuando se secaba.
Mientras quede una hoja
del olmo de nuestras vidas,
nuestra savia se derramará
por todo lo ancho y lo largo
de nuestra Castilla.
Matilde Redondo Ruiz

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